—Deje
en paz al muchacho —dijo una voz entre la multitud. —Vaya a detener a esas
chicas que se desnudan de la Calle Orión — añadió un viejo—. Él es un buen
chico. Está esperando a su mamá.
—Gracias
—dijo, desdeñoso, Manolo—. Espero que todos ustedes den testimonio de este
ultraje.
—Vamos,
acompáñeme —le dijo el policía con menguante seguridad.
A su
alrededor había ya casi una multitud y no se veía ni a un guardia de tráfico—.
Vamos a la comisaría.
—Así
que un buen muchacho no puede ya ni esperar a su mamá a la puerta de un
comercio —era de nuevo el viejo—. Convénzanse, la ciudad nunca fue así. Esto es
el comunismo.
—¿Está
llamándome usted comunista? —preguntó el policía al viejo— Le llevaré también a
usted. Así mirará más a quien anda llamando comunista.
—A mí
no puede usted detenerme —gritó el viejo—. Pertenezco al Club Edad Dorada,
patrocinado por el Departamento Recreativo de nuestra alcaldía.
—Deje
en paz a ese anciano, policía de mierda —chilló una mujer— Es probable que
tenga ya nietos.
—Los
tengo. Tengo seis nietos, estudian todos con las monjas. Y son muy listos,
además...
Sobre las
cabezas del gentío, Manolo vio a su madre que salía del vestíbulo de los
almacenes cargando con los artículos de repostería como si fuesen bolsas de
cemento.
—¡Mamá!
Llegas en el momento justo. Me han detenido.
—¡Manolo!
¿Pero qué pasa? ¿Qué has hecho ahora? Eh, oiga, quítele esas manos de encima a
mi hijo.
—No le
estoy tocando, señora ¿Este de aquí es su hijo?
—Pues
claro que soy su hijo. ¿Es que no ve usted el afecto que siente por mí?
—Sí,
esa señora quiere mucho a su hijo —corroboró el viejo.
—¿Qué
intenta usted hacerle a mi pobre niño? ¿Cómo se atreve usted a detener a un
pobre
muchacho
con toda la gente que anda suelta por esta ciudad? Está esperando a su mamá e
intentan detenerle.
—Aquí
tendría que intervenir el Defensor de Libertades Civiles, Hemos de
comunicárselo a Myrna Carrasco, mi amor perdido. Ella sabe de estas cosas—dijo
Manolo—Son los comunistas —interrumpió el viejo.
—¿Qué
edad tiene?
—Treinta
años
—¿Tiene
usted trabajo?
—Manolo
tiene que ayudarme en casa. Tengo una artritis horrible.
—Limpio
un poco el polvo. Además, estoy escribiendo una extensa denuncia contra el gobierno.
Cuando mi cerebro se agota de sus tareas literarias, suelo hacer salsa de
queso.
—Manolo
hace unas salsas de queso deliciosas.
—Es un
detalle estupendo —señaló el viejo—. La mayoría de los muchachos se pasan el
día pataperreando por ahí.
—¿Por
qué no se calla usted? —dijo el policía al viejo.
—Manolo,
¿qué has hecho, hijo mío?
—Bueno,
mamá, la verdad es que creo que el que empezó fue él — Manolo señaló al viejo—.
Yo estaba aquí, esperándote, rezando para que las noticias del médico fueran
alentadoras.
—Llévese
de aquí a ese viejo —dijo la señora Revilla al policía—. Está armando líos. Es
una vergüenza que dejen sueltas por la calle a personas como él.
—Todos
los policías son comunistas —gritó el viejo.
—¿Pero
no le dije a usted que se callara? —dijo el policía, furioso.
—Todas
las noches me pongo de rodillas y doy gracias a Dios de que estemos protegidos —explicó
la señora Revilla a la multitud—. Sin la policía, todos estaríamos muertos a
estas horas. Estaríamos tumbados en la cama con el cuello cortado de oreja a
oreja.
—Eso
es una gran verdad, sí, señor —confirmó una mujer entre la multitud.
—Deberíamos
rezar un rosario por las fuerzas del orden.
La
señora Revilla dirigía ahora sus comentarios a la multitud. Manolo le acarició
torpemente el hombro, susurrando frases de aliento.
—¿Pero
rezaríamos un rosario por un comunista? —añadió la señora Revilla.
—No —contestaron
fervorosamente vanas voces. Alguien dio un empujón al viejo.
—Es
cierto, señora —grito el viejo—. El intentaba detener a su hijo. igual que en Corea.
Son todos comunistas.
—Vamos
—dijo el policía al viejo. Y le agarró rudamente por la espalda del abrigo.
—¡Oh,
Dios mío! —dijo Manolo, observando al pálido y pequeño policía que intentaba
sujetar al viejo—. Tengo los nervios hechos migas.
—¡Socorro!
—gritó el viejo, apelando a la multitud—. Esto es un abuso. ¡Es una violación
de la Constitución!
—Está
loco —dijo la señora Revilla—. Será mejor que nos marchemos de aquí,
niño. —Luego se volvió a la gente y dijo—: Váyanse, amigos. Podría matarnos a
todos. Yo, personalmente, creo que puede que el comunista sea él.
Manolo
miró atrás y vio al viejo y al policía bajito forcejeando bajo el reloj de los
grandes almacenes.
Cuanto dolor hay detrás de tus escritos. Un abrazo desde Miami
ResponderEliminarLa conjura de los necios...
ResponderEliminarSaludos.
Jajaja.
ResponderEliminarDe película surrealista. Pero que suena a tan real.
Besos
Pobre viejo...así nos va!
ResponderEliminarBesos Chaly =)))
hola chaly paso a dejarte un saludito despues de leer tu entrada de pelicula te dejo mis deseos de que tengas un FELIZ AÑO NUEVO SALUDITOSS DE EMBRUJO
ResponderEliminar¡¡Vaya...!!!
ResponderEliminarEn ocasiones lo más surrealista son los casos mas reales...
ResponderEliminarBesos chaly :)
Esto pasa cualquier día del año.
ResponderEliminarGran reflejo de la sociedad, Chaly.
Saludos.